sábado, 2 de febrero de 2013

The italian job. Parte II

Salgo con dirección a Rimini después de un ligero refrigerio. Mi intención es almorzar allí, a unos 20 kilómetros de la mitad de la etapa. 
No encuentro ni rastro del carril bici que tan bien me había venido hasta la entrada de Pesaro. Eso sí, la carretera estatal es buena y cada vez me encuentro más ciclistas. Muchos de ellos me miran anonadados, la gran mayoría ni saludan, como ya pude observar en Grecia. Me pregunto si será debido a que la bici y mi indumentaria no es la oficial, o sea parecerse lo más posible a un ciclista profesional que corre el Giro o el Tour de Francia. Tal vez es la simple constatación de la frialdad europea.

Reflexionando sobre el mundo que creamos, las fachadas y las carencias emocionales que todos arrastramos, llego a las puertas de Rimini. Son casi las once de la mañana y me adentro en la ciudad para comer algo de proteína, reponer la botella de agua y comprar algunas barritas de cereales.



Nada que destacar de mi breve estancia, la comida cara y el servicio frío. Los parroquianos del bar y la propia camarera me observan como si acabara de emergir de las fosa abisales, sensación que ira in crescendo a medida que me acerco al pulcro y civilizado norte.



Así que sin más demora vuelvo a la carretera, estas gentes europeas parecen demasiado ocupadas en cosas realmente importantes para perder el tiempo con un flaneur asalvajado.

Va pasando el día y me adentro cada vez más en la antigua Via Emilia, sorteando el frío lo mejor que puedo. 




He de agradecer, sin embargo, que las gentes civilizadas no tengan esa malsana costrumbre de dejar a sus perros sueltos. El mal recuerdo turco-griego no sería más que eso si no fuera porque la bici nunca más ha vuelto a funcionar bien. 

Avanzo rápido hasta la hora de comer, Castrocaro se encuentra un poco desviado de la ruta principal que conduce a Boloña y por lo tanto no hay más opción que la carretera Me recomiendo a mi mismo no estar allí cuando el sol se oculte, bajo amenaza de congelación.



Un plato de rissoto y algo de pescado, amenizado con un vaso de cerveza me dejan como nuevo a tan sólo 28 kilómetros de la meta. Eso dice un atento carabinieri, que se mira la bici sorprendido y me desea buena suerte. Voy bien pero debo apurarme, en menos de dos horas va a empezar a oscurecer.

Son un poco más de las cinco de la tarde cuando llego al desvío que me aleja de la ruta hacia Boloña y debo dirigirme hacia Florencia. Son tan solo 12 kilómetros, pero fastidia pensar que mañana deberé volver sobre mis pasos porque no hay otra combinación posible.

¡Grande Fiat Panda!

Atravesando pueblitos, decido arriegar y pararme en un pequeño y hermoso cementerio local y por unos minutos me dedico a repasar los nombres y los años que figuran en las lápidas. Es increíble la cantidad de información que proporcionan los camposantos: movimientos migratorios, fenómenos bélicos, despoblación rural... 


Un día más me quedaré sentado aquí...

Sin demorarme demasiado prosigo mi camino. El sol va cayendo detrás de las montañas y un solitario termómetro marca la friolera de... ¡4 grados centígrados! 

Frío en la campiña italiana

Cae la noche

Bendigo a Francesca, al forro polar y a las mallas de supermercado. Cuando por fin llego a Castrocaro son las 6 de la tarde. Parece ser que el municipio es famoso por sus recintos termales, entre los que se cuenta el Grand Hotel Terme, construido por el mismísimo Duce, que nació en el pueblo de al lado. El recinto cuenta con una habitación que se llama Mussolini room, la cual se encuentra tal y como estaba cuando Don Benito la visitaba. El diseño racionalista, obra de Tito Chini, me parece de un gusto más que dudoso, pero tengo que confesar que si tuviera el dinero necesario me hospedaría tan sólo una noche para tratar de contactar con el espíritu del susodicho.



Volviendo al mundo de los vivos, intento llegar al punto de encuentro que acordamos con Alessandro, el chico que va a hospedarme en Castrocaro, pero desisto rápidamente. La cuesta arriba que conduce al castillo es demasiado empinada


Casco antiguo de Castrocaro


Me instalo en uno de los pocos bares del pueblo para tomar un te y buscar un teléfono. La camarera, una chica bastante simpática, visto lo visto, me dice que en todo el pueblo solamente hay un teléfono público, que resulta ser una cabina que no funciona. Regreso al bar un poco desanimado y mientras me bebo la infusión le pregunto si me dejaría llamar de su teléfono. Parece ser que no lo lleva encima y cómo es su primer día de trabajo no se atreve a dejarme llamar con el fijo del bar. Más tarde entenderé el porque, su jefe es un auténtico amargado, que se encarga de hacerme ver bien claro que ni le gusto yo, ni mi bici que está en la puerta. 


Afortunadamente uno de los clientes me deja hacer una llamada y consigo hablar con mi benefactor, que va a salir tarde del trabajo y me pide que le espere en el bar sin moverme. Alessandro se demora demasiado y aunque nunca me ha sucedido antes, la posibilidad de que no aparezca me tiene un poco angustiado. Esta sensación se acrecienta cuando desde la barra me dicen que van a cerrar en menos de media hora. No hay plan B, tan sólo pedalear durante toda la noche para no congelarme, no tengo posibilidad ninguna de encontrar ninguna habitación por menos de 100 euros la noche

Mientras voy haciéndome la idea, un coche aparca frente al bar y toca la bocina. Salgo como un rayo y resulta ser él. Bendigo mi suerte y a todos los dioses del panteón latino y entro otra vez para recoger todo mi equipaje.



El coche de Alessandro es pequeño pero metemos en él parte de las bolsas y la guitarra. Su casa se halla en el punto más elevado de la fortaleza, junto a la torre del reloj. Me toma casi un cuarto de hora de pura cuesta arriba llegar hasta allí. Es un último esfuerzo antes de tomar una merecida ducha.



Una vez allí contemplo el paisaje nocturno, la belleza es tan extrema como el frío. Metemos la bici en un pequeño taller que tiene debajo de su vivienda y subimos hasta la casa. 


Muy bonita, antigua, acondicionada por su padre, que la compró antes de la restauracion del nucleo antiguo a muy buen precio. Repito, muy bonita, pero una auténtica nevera. Mientras me doy una ducha prepara un buen plato de pasta que degustamos con un impresionante vino de la región. Charlamos animadamente, me cuenta que Castrocaro forma parte del Comune de Terra del Sole, que surgió a partir de la fortaleza edificada por Cosimo I de Medici, sobre lo que era la antigua ciudad de Solona. 
 

En la actualidad, la región se dedica a las explotaciones agrícolas y según dice mi anfitrión, los días de mucho viento toda la comarca huele a purines de pollo. Este tipo de comentarios me hacen sentir como en casa.



Cuando por fin se acuesta, me quedo trabajando un rato en el diario y ordenando fotos hasta que caigo rendido. Alessandro se levanta a las 6:30 para ir a trabajar. Siendo extremadamente generoso por su parte, me dice que puedo estar allí hasta que yo quiera mientras. Es alucinante como a veces confiamos más en un auténtico desconocido que en la gente que tratamos día a día. Alessandro es una buena persona. Viendo mi equipaje y mi medio de transporte tiene claro que es imposible que me lleve algo de valor y pudiera huir muy lejos...



Duermo hasta las 7:45 y me tomo un café con tostadas por la mañana. He de confesar que nunca me ha gustado el café y menos solo, pero sería pecado cruzar Italia sin tomar café. Mientras degusto el fantástico elixir me asomo por la ventana. La luz diurna deja ver aquello que ocultaba el manto de la noche.



Castrocaro y la torre del reloj

Mi montura desde las alturas

Listo para la batalla

Preparo todo y parto tranquilamente, esta vez son tan solo 85 kilómetros y mi ánimo se ha levantado, aunque ni tan siquiera tengo hospedaje seguro en Boloña, siempre me sentí atraido por la Ciudad Roja, La docta Bologna.



Aunque el principio es bueno, el frío aprieta más que el día anterior y aproximadamente hacia la mitad del camino el sol desaparece tras unas amenazantes nubes. Sin pensarlo dos veces, me dirijo hacia la estación de la localidad más cercana, antes de la mítica población de Imola. Compro un ticket en el trenno y me subo de nuevo al caballo de hierro. Lo oportuno de la decisión se revelará unas horas después.



De momento centrémonos en Boloña. Llego hacia las tres de la tarde, y en la estación compruebo una vez más mi teoría norteña. Con el tren aún en marcha contemplo como la gente se agolpa en las puertas y no hacen cara de dejarme bajar si no me lo tomo en serio. Me coloco en posición, la bici pesa mucho y es grande, o sea que parece de cajón que salga yo antes de que entren ellos.

Sin embargo, una chica con mucha prisa intenta entrar mientras desciendo las escaleras. Obviamente es imposible. Titubeo durante unos instantes y varios pasajeros más se lanzan a subir. Sintiéndolo mucho reacciono, no puedo dudar...  Los otros se han dado cuenta y ya han desistido. Hay un pequeño forcejeo y al final, golpeo a la chica con la bicicleta.


Una vez sobre el pavimento, me doy cuenta de donde me he metido. La estación de Bologna Centrale es una de las más grandes de Europa y registra una actividad frenética a cualquier hora del día.



Salgo como puedo, o me dejan y doy un paseo hasta el centro, donde busco un lugar para comer. 


Porta Galliera

La verdadera pasión boloñesa

En menos de dos minutos ya me doy cuenta de la pulsión de la ciudad. Boloña es muchas cosas, la universidad, el arte, etc, pero por encima de todo, Boloña es sus tremendos e inacabables pórticos... Perdonad la cursilería pero, quién pasara una hermosa y florida primavera, quién se enamorara y besara resguardándose de un repentino aguacero de verano...


El pálido desteñir de un desamor

Columna y bicicletas


Oasis espacial entre tanto fuste

Confidencias ocre oscuro

Camino bajo ellos sin cansarme, recreando toda clase de historias y anhelos imaginarios, rodeando el Palazzo Comunale, tambien llamado Accursio, que es inmenso, hasta su magnífica fachada del siglo XV coronada por la escultura de bronze Gregorio XIII. En la plaza colindante, llamada Neptuno, aparece la escultura del díos desafiante, en una fantástica obra del gran Giambologna, encargada por el cardenal Borromeo.


Fuente de Neptuno

Por detrás se deja ver el Palazzo Re Enzo, construido como una ampliación del Palazzo del Podestà, ámbos del siglo XIII. 

Enfrente encontramos la Sala Borsa, adyacente al Palazzo Comunale, que es ahora es una impresionante biblioteca. Mientras me fumo un cigarrillo en sus escaleras veo como unos activistas montan una acción a favor de los animales

No al maltrato sardinil

Vuelvo sobre mis pasos y regreso a la Piazza Magiore, para ver con más detalle San Petronio y los palacios que la circundan, el Palazzo dei Banchi y el Palazzo dei Notai.




Piazza Maggiore


Basílica de San Petronio

Paseándome por la plaza, me dejo llevar hasta la via Rizzoli y la bajo hasta llegar a las imponentes Garisenda y Asinelli. Así es como debía ser Italia durante el quattrocento y el cinquecento.
 

Busco un bar con wifi, donde tomar un vaso de vino tinto y conectarme a internet para ver si algún couch ha respondido a mi petición. 
Entro un pub inglés en el cual puedo satisfacer mis dos necesidades. Para colmo de los placeres mundanos, en un estanco cercano encontré american spirit, mi antigua marca de tabaco. ¡Hacía casi un año que no lo fumaba!



Mientras trabajo en el blog recibo la invitación de otro Alessandro, un tío que vive en Boloña y se dedica al arte dramático. Quedamos en la estación sobre las 8:30 horas de la tarde. Cuando dejo el pub, ocurre aquello que se venía viendo desde hacía días. La débil lluvia se convierte en nieve, que va cayendo con la elegancia que requiere nevar en Italia.



El frío es acojonante, y una vez en el sitio de encuentro me veo obligado a tomar un capuccino y después un te con menta, mientras espero y espero. Estos Alessandros son gente muy ocupada.

Compás de espera rojo teja
  
Finalmente llega Alessandro II, su coche también es pequeño y vuelvo a repetir la misma técnica; maletas dentro y pedaleo mientras el agua nieve va calando el enorme abrigo del hermano de Sezen. Al cabo de quince o veinte minutos llegamos a su casa. Vive justo en frente del estadio del Bologna Football Club

El piso es bonito pero viejo y mejor no comentar nada de la temperatura del baño. Me ducho como puedo, rollo gato, y mientras comemos pasta, para variar, me cuenta que trabaja todos los días del año desde la mañana a la noche. Por lo visto ha fundado su propia compañía de teatro, junto a unos compañeros y esa es la razón por la cual debe dedicarle tantas horas. Me deja las llaves del piso y me dice que el día después llegará sobre las once de la noche. Me acuesto reventado y duermo como un auténtico rey, sin ningún tipo de preocupación.



Sabado, 8 de Diciembre del 2012. Hace una semana que crucé el Adriático y aquí estoy, con un apartamento para mi solo, en medio de la península itálica. Abro la ventana, para que la luz inunde la habitación y me golpeé la cara y de repente quedo completamente anonadado. ¡¡El manto blanco lo cubre absolutamente todo!! Los árboles, los coches, los tejados, ¡incluso las bicicletas!





¡Santa Madonna!


La realidad siempre supera la ficción


Resulta completamente imposible sacar la bici y pedalear hasta el centro.



Decido quedarme en casa por la mañana y empiezo a desarrollar la maqueta de lo que espero que algún día, sea mi primer cómic. Se trata de un capítulo piloto de corte tarantiniano, con coches, pistolas y clubes de carretera aderezados con neones. El personaje es un caza-recompensas que tiene su propio concepto de la justicia y moralidad. Su aparente equilibrio emocional se verá comprometido a medida que la situación se torne más y más compleja. Sin darme cuenta me pasa casi todo el día.





Portada de la maqueta. El título debe esperar


Por la tarde vuelvo al centro. Debo cerrar el hospedaje en Parma, mi siguiente destino. La meteorología no está como para pasar noches a la intemperie. De nuevo ando y desando la ciudad.


Tras la estela de Virgilio

Es sábado y hordas de estudiantes toman las calles. En un bar cercano al que estuve el día anterior, conozco a Mario y a Silvio, unos tíos muy enrollado con los que acabo bebiendo cervezas mientras vemos el Roma-Fiorentina. El partido es disputado, nada de catenaccio, y paso una agradable velada. El último que vi fue Galatasaray-noseque, en Istanbul.



Regresar a casa de Alessandro II me toma casi dos horas. Parece ser que los autobuses diurnos terminan a las once de la noche y por unos pocos minutos me he pasado del tiempo límite. Gajes del forastero. Eso me obliga a esperar 45 minutos en la calle a 0 grados, hasta que pasa un nocturno que me pasea por media ciudad para acabar dejándome delante del estadio. ¡Bufff! Misión cumplida, espero no volverme a acatarrar, ya no tengo tiempo para ello si quiero pasar las navidades en casa...



El domingo amanece completamente soleado, pero la nieve parece que ha quedado adherida al paisaje. Decido pasar el día por los alrededores, llegarme al mercado local en busca de unos nuevos guantes y hacer algunas compras.


Por el barrio

Evidentemente, el estadio también tiene pórticos

Doy la vuelta al estadio Renato Dall' Ara. De alguna manera me siento como en casa, pues el Bologna no sólo viste los mismos colores que el Barça, si no que la cruz de Sant Jordi es también el escudo de la ciudad


Entrada principal

Después del paseo me siento a comer en un marroquí, para descansar de tanta pasta. 

Ya en casa, veo que Alessandro II ha llegado pronto, quizás por ser domingo se han concedido media jornada de fiesta. Me pide que le haga una lectura de Tarot, a lo que me presto con ilusión, últimamente no practico mucho y es una manera de corresponder a los amigos que me hospedan. 

Me despido de él, deseándole lo mejor en su lucha, y me acuesto rezándole a la nieve que se funda y facilite mi camino hasta mi nuevo destino, Parma. ¡¡Os veo allí!!