sábado, 8 de diciembre de 2012

Las ruedas de Hermes

Mi entrada en Atenas se produce entre el aturdimiento provocado por el accidente y la somnolencia debida a las altas horas de la madrugada. El tren llega a la estación de Larissa a las 4:30 am. Cae una llovizna de esa que te va calando lentamente. Debido a lo inesperado de la situación no tengo arreglado ningún sitio donde dormir. Abdul, un aprendiz de iman que da clases en una mezquita y al que he conocido en el tren me invita a su casa. Es un verdadero santo, no sólo por eso, sino porqué durante todo el trayecto veo cómo se desvive para ayudar al resto de viajeros con sus maletas y equipajes.
Salimos de la estación y empezamos a andar, sin tener claro si me lleva a su piso, si éste es compartido o realmente vive solo. Abdul es paquistaní. Su inglés no es demasiado fluido para ser del Indostan. Lleva la friolera de siete años en Grecia esperando que le den la nacionalidad para viajar a su país a ver a los suyos con garantías de poder volver a Europa. Paramos a tomar un te y compramos unas pastas de queso. Insiste en pagar. Al cabo de unos diez minutos llegamos al local y ante mi sorpresa se trata de la misma mezquita donde da las clases. Me cuenta que tan sólo él y el iman viven allí de manera permanente. Me da un poco de corte, no quiero molestar, pero Abdul insiste y realmente necesito un sitio donde descansar. 
 
Comemos en el suelo tapizado de gruesa moqueta mientras el día va despuntando. Después de la colación extendemos los sacos y los dos caemos rendidos por el sueño. 
 
Despierto ya avanzada la jornada y me presentan al resto de la comunidad, que básicamente se compone de cuatro o cinco miembros más. Me saludan con cortesía, pero resulta evidente que les incomoda que esté ahí. Por lo que veo se pasan la mayoría del día encerrados en la habitación del iman visionando videos religiosos en youtube. Con el turbante y el punjabi tienen pinta de célula terrorista y no puedo dejar de preguntarme que hace una buena persona como Abdul entre ellos.


La misma tarde me contesta Nektaria, una de las solicitudes que envié en couchsurfing y agradeciendo a mis amigos musulmanes su hospitalidad me despido de ellos. Próxima parada, Exarchia, el barrio anarquista de Atenas.
Llueve, una somnolienta y dócil lluvia, como dice el poeta...

Street Art I
Street Art II
Transito por las calles y empiezo a elaborar una teoría sobre las malas caras de los atenienses. Basta con preguntar por una calle o una dirección para constatarlo. La mayoría de ellos no se molestan ni en contestarte.
Sólo les he visto pasar, pero la policía ateniense tiene muy mala pinta, así como sus punkis que parecen extras de una película de bárbaros deseosos de asaltar las fronteras del imperio romano.
El ambiente que se respira en Exarchia es un destilado que exhala interés e inquietud a partes iguales. El tono apocalíptico es apabullante, yonkis, prostitutas, homeless por doquier... Creo que no había visto nada así desde mi infancia en aquella Barcelona canalla de los años ochenta.

Calles de Atenas I
Calles de Atenas II
Calles de Atenas III
Nektaria vive en un piso viejo pero bonito. Todos sabemos que Grecia es un país donde la gente lo está pasando muy mal a nivel económico, pero atención al precio del alquiler, ¡¡250 euros al mes!! ¡Por Dios que no estamos hablando de lo mismo... Con ese dinero no encuentras ni una habitación en Barcelona y mucho menos en un barrio tipo Gràcia!

Por primera vez en días empiezo a comer como es debido. En Grecia mucha gente está por la alimentación orgánica y se elaboran ellos mismos el pan, la pasta y hasta el aceite.

Al día siguiente decido llegarme a la Acrópolis. De todos vosotros es conocida la poca simpatía que le tengo a pagar entrada en los recintos turísticos y mi aversión por esta manera de viajar enlatada y superficial. Hoy voy a hacer oídos sordos y la vista gorda, todo lo que sea necesario para poder deleitarme con la amada Atenas de Pericles.


Estadio del Panathinaikos
Por el camino confirmo mi teoría, la cara de perro de los griegos es de antes de la crisis. Voy mal de pasta pero me arriesgaría a decir que le doy 10 euros al primero que esboce una sonrisa. Después de hacerme con una tarjeta de memoria para la Harinezumi, me sumerjo en el suburbano y bajo en la estación del mismo nombre; Acropoli. 

Metro Station
Como es fácil de imaginar, la avenida que conduce al santuario está plagada de vendedores ambulantes y locales con precios desorbitantes, ofreciendo los mismos productos que encontramos en todas las capitales de Europa. Sin embargo es otoño y el día nublado y afortunadamente no hay demasiados seres “turistas” 
Intento regatear con la taquillera, el precio es de 14 euros, lo que me parece excesivo. Resulta que si conservara el carnet de la universidad no tendría que pagar nada. Recuerdo una vez más al malnacido nepalí que me hurtó la cartera. Pago y sin darle más vueltas al asunto me sumerjo en el apasionante mundo de la antigua polis. A medida que asciendo voy  encontrando toda serie de ruinas. 

Adicto a las incripciones
La acrópolis era un terreno muy disputado en el que cualquier cofradía, por llamarlo de alguna manera quería levantar sus templos. A todo ello se suman teatros y reformas urbanísticas que desde tiempos inmemoriales intentan ordenar el espacio. Aunque enloquezco con el teatro de Dioniso mi interés se centra en ver el Partenon, el Erecteión y mi favorito, el templo de Atenea Niké

Teatro de Dionisio
Éste aparece al doblar la esquina de la muralla, en lo alto de esta. Quedo completamente anonadado. Me siento en un rincón a contemplarlo desde abajo. Intento obviar los chillidos de unos niños y las caras de tontas de unas turistas rusas que no paran de echarse fotos de esas... Yo aquí, Yo allí, Yo otra vez... Lo siento, sé que no debería decir estas cosas y ustedes me disculparan, pero ¿Podría alguien explicarles que se trata de un lugar sagrado? Y lo más interesante, ¿De veras puedo pensar que habría alguna diferencia? Así que con otra dosis de resignación sigo con mi ascensión. 

Amada Atenea Victoriosa
Pequeño pero matón
Una vez cruzado el Propileo mi próxima parada es el Erecteión. Un par de turísticas asiáticas se fotografían frente a él. Intento hacerme el simpático, sólo para constatar que mi sex appeal debe haberse esfumado al entrar en la Unión. Definitivamente habrá que volver a largarse pronto. 

Propileo en la entrada del recinto sagrado

Bosque de columnas
Sin más distracciones me dedico al templo y a entender y a gozar de la comprensión espacial de el conjunto. El Partenon se encuentra a mis espaldas pero aunque ya lo he visto de “rasquis” e intuyo su masa, aún no estoy por él. Me deleito con la vista del Pireo, me imagino cómo el Arconte de turno organizaba las defensa de la ciudad desde la colina. Es simplemente impresionante... 

Las Cariátides

¿Estudias o trabajas?

Porche este con la ciudad al fondo
Por último me doy la vuelta y allí está. Allí se alza imponente, majestuoso, grandioso, colosal... ¿Qué más adjetivos pueden describirlo?

Os dejo algunas de las fotos y me callo ya de una vez. 

Vista desde el Propileo
Lado Este
Restos del Frontal Norte

Trabajos de restauración

Tres cuartos de la fachada Norte
El sábado por la tarde quedo con Irini y sus amigos. Después de cenar me llevan a un concierto en la Politeknika. El recinto está abierto por la noche y por lo que me cuentan así sucede con todas las universidades. Las bebidas son a precio popular y al cabo de un rato deciden enseñarme la otra cara de la marcha ateniense. Cambiamos de barrio y la estética punky deja paso a tacones demasiado arriesgados y a microfaldas que casi no cubren nada. Me temo que alguien va a coger un constipado en el sitio menos oportuno. Entramos en un bar y pedimos una cerveza, que cuesta la friolera de 5 euros. La botella es grande eso si, y la compartimos con Chris. Cuando la terminamos sale a comprar más y sin cortarse demasiado va rellenando los vasos durante la noche.




Al cabo de unos días me encuentro completamente restablecido de las rodillas y aunque la muñeca izquierda me sigue doliendo me propongo salir hacia Patra. Debo cruzar el istmo de Corinto y hacer un centenar de kilómetros más por el Peloponeso. De Patra salen los ferrys hacia Italia y ese es mi objetivo ahora. 
Como no he encontrado alojamiento en Corinto meto la bici en un suburbano, 108 kilómetro en un día me parece más que suficiente. Bajo en Kiato, y después de desayunar en un café local que parece sacado de una película de Passolini, me dispongo a meter en cintura a esos 108.  La carretera discurre en torno al mar, el día es soleado, el tráfico poco y los pueblos van pasando lentamente. El único inconveniente son los dichosos perros otra vez. Hacia las dos del mediodía me paro para fumar un cigarrito y sumergirme en esas transparentes aguas que me tienen completamente cautivado. 

En mitad del camino
Casi un año sin tomar un baño en el mediterraneo y no podía encontrar un sitio mejor. La temperatura del agua es bastante agradable, y noto como todas las tensiones de mi cuerpo desaparecen en pocos minutos. Me visto y sigo, hoy no hay tiempo que perder. Avanza la jornada y lamentablemente la bici vuelve a funcionar mal. Las marchas saltan constantemente y la cadena se sale cada cinco minutos. De esta guisa avanzo unos 70 kilómetros hasta que harto de tanta dificultad y maldiciendo a la bici y al perro turco me paro en una gasolinera donde hay un camión volquete repostando. A lo tonto le pregunto si va hacia Patra y el conductor resulta ser un joven empresario con un carácter muy abierto. Subimos la bici al volquete y me  obsequia con un zumo de naranja y unas galletas de chocolate. Gracias a su ayuda llego a Patra con la caida del sol. 

Cruz griega en una pequeña capilla de Patra
Catherine está hospedando a dos chicas, Yamina y Lavania que se encuentran en Patra para asistir a un curso de danza. La urbe tiene unos 250.000 habitantes y quedo totalmente sorprendido cuando me dicen que es la tercera ciudad del país, después de Athenas y Tesalónica.  

Durante los días que faltan para coger el ferry me dedico a reparar la bicicleta y probarla, salgo con las chicas a nadar y Catherine nos lleva al rocódromo. 

En el rocódromo de Patra
Otra de las tardes, Dimitri nos invita a una clase de baile en un centro social. Según me cuenta, la tarifa es de diez euros por todo el año y realizan toda clase de actividades. Una vez más constato que no todo es como nos cuentan. Así transcurren mis últimos días en el país heleno. Tengo que admitir que me ha sabido a poco, que me ha cautivado, que volveré para subir a Delfos desde el mar en un día de bruma, para recoger unas ramitas de laurel y tantas y tantas otras cosas. Sin pensarlo me meto por la puerta de acceso al ferry y amarro la bicicleta en un lado del gigantesco garaje completamente repleto de caminones. 


 Hasta la vista Grecia, Itália me está esperando.