lunes, 30 de julio de 2012

Beldades de Delhi

La habitación de la odalisca


Callejón solitario


El reparador de huellas


El baile de la Rani


Desterrado


Servicio de Reciclaje de Residuos Sólidos


Break Time


En Sonu's a la 3


Antes del Ice cream


Antes del Ice cream II


Las canas de Apolo


Huelga en Conaught Square


Mahatma


On the road


Assemblage

martes, 17 de julio de 2012

Eros y Thanatos en Hindostan

No voy a ser hipócrita ni a tratar de mentir. No tengo un grato recuerdo de India. Durante los diez años transcurridos desde mi primera y última visita, no he podido evitar estar en descuerdo cada vez que alguien enumeraba las virtudes de éste país. Lugar de contrastes por excelencia, no deja a nadie indiferente y tras los tres meses y medio que anduve viajando por él, acabé harto de las triquiñuelas y los malos modos de sus gentes. 

Es algo que siempre me ha entristecido profundamente, como una larga e incomprensible historia de desamor. Amo la India, las universales historias humanas de Kipling, el retrato espiritual de Hesse o la exquisita Bengala de Tagore. Conozco su historia, sus religiones y sus mitos, me deleitan sus cuentos enraizados en la noche de los tiempos, quedo absorto ante la belleza de sus mujeres y el orgulloso porte de los antaño temibles rajputs

Por todo ello, llegué con la ilusión de darnos una nueva oportunidad, de borrar de mi mente aquellas ingratas memorias... No en vano habían pasado diez años, nada era lo mismo, ni ella ni yo.

Calcuta es una ciudad extraordinariamente moderna, con pinceladas diecinovescas que atestiguan su pasado esplendor. Los edificios coloniales que dejaron los ingleses se mezclan espontáneamente con modernos bloques de pisos y decrépitas e improvisadas construcciones que contribuyen al ritmo vertiginoso de la ciudad, convenientemente aderezado por las omnipresentes bocinas y el color amarillo chillón de sus taxis. 


Un par de niños en New Market


Los clásicos Ambassador de color amarillo


Alrededor de New Market I


Alrededor de New Market II


Pese al buen comienzo, en menos de 24 horas albergo ya serias dudas de si el “nuestro” se trata de un amor imposible de reconducir.


Ante mi estupefacción, la compañía receptora de la moto me pide 12800 rupias, unos doscientos euros por notificarme que la moto está allí y abonar la minuta portuaria. Sabía que tendría que desembolsar dinero, pero no esperaba semejante sablazo. A eso aún debo sumarle el salario del agente, pues no puedo negociar directamente con Aduanas y los impuestos que allí determinen. 

Mi agente se llama Mr. Gosh, un apellido que por lo visto viene a ser como Pérez en España. Los hay a patadas y aunque en un principio me ilusionó, él me deja claro que no tiene nada que ver con el Mr. Gosh que liberó las motos de Tomàs y compañía, hará ahora unos cinco años. De todas maneras, Mr. Gosh es un tipo afable, con intereses espirituales a parte de su faceta administrativa. Después de pasar todo el día en su oficina fotocopiando y modificando papeles, me dice que me llamará por la noche para comunicarme el coste total de la operación.

Mr. Gosh me visita al día siguiente en el hotel Maria. Tomamos un té mientras me explica más claramente lo que me dijo la noche anterior por teléfono. Me encuentro acatarrado y con fiebre, y no le entendí muy bien cuando hablamos. Me comunica que debo pagar unas 20.000 rupias más en extraños y diluidos conceptos que al final acaba reconociendo cómo propinas. Todo ello evidentemente cuando llegue el anhelado ATA, pues de no tenerlo, debería pagar un 100% del valor de la moto en impuestos de importación, así como una penalización por tener más de 3 años de antigüedad que ascendería a otro 100%. Yo le digo que debo pensarlo, pues a parte de parecerme extrañamente sospechoso, creo que es demasiado dinero.

Al día siguiente el gripazo amanece completamente consolidado. Me levanto a duras penas de la cama, me arrastro hasta la farmacia donde pido algo para atajar la fiebre. Sigo hasta Jojo's dónde tomo un hot chocolate y engullo el enorme pastillón de paracetamol. Compro agua y vuelvo a dormir. Transcurren así dos días, entre la nebulosa propia de la enfermedad y la de las lluvias que finalmente han tomado la ciudad. 
Al tercer día, mi mejora es evidente. Aunque debilitado me dirijo a desayunar con renovada alegría. Siempre pago la habitación después del refrigerio matinal, así que una vez salgo de Jojo's, procedo a efectuar dicho ritual. Ante mi sorpresa, el encargado, el manager no está, me dice que le adeudo tres días, lo que vendría a significar que nunca pagué más allá de la primera noche. Le digo que se equivoca y con un tono bastante desagradable contesta no ver mi firma por ninguna parte. No hay nada que me moleste más que la falta de educación, pero prosigo con la conversación. Le hago saber que nadie me contó que debía firmar cada día y me insta a esperar el regreso del manager. Sin más subo a la habitación, seguro de que él recordará que hemos cruzado cuatro palabras cada mañana mientras realizaba el pago. 
Comento la situación con Nico, el chico belga que está en la habitación de al lado. Enseguida trabamos amistad, tampoco está aquí para hacer de voluntario en la casa de la madre Teresa y está cruzando India en una Enfield. Somos un par de raras avis unidos por las motos, y nos hemos hecho bastante amigos.

El infatigable tejano Zack

Nico comiendo a lo Bengalí

Al cabo de un rato, el encargado llega hasta la terraza y con aire chulesco me hace saber que el manager ya ha llegado.
Bajo a recepción y después de saludarle cortésmente, éste insiste en que adeudo tres días. Le pregunto si no recuerda que hemos hablado todas y cada una de las mañanas. Argumenta que no he firmado, le comento lo mismo, que a mí nadie me explicó que debía firmar. Después de pensarlo durante un rato dice que quizás son dos días, a lo cual respondo que pese a haber estado enfermo recuerdo haberle pagado todas y cada una de las mañanas. Al final me dice que debo un día, pero ya no me creo nada. Le insto a demostrar que día es ese. No puede, así que ante la impotencia se pone a chillar como un poseso. Me llama mentiroso, ladrón y tramposo...  Aún con la reja de por medio me dan ganas de agarrarlo por el pescuezo, pero me contengo y le pido que se calme. Prosigue con los insultos y amenazas, añadiendo que me vaya. No voy a tolerar nada así de nadie y menos de un tipo maleducado y pesetero. 

Cuando subo arriba Nico me interroga curioso. Le cuento que me largo, que me ha insultado y me ha echado. Me dice que no me preocupe, que va a hablar con él, pues son buenos amigos. De todos modos preparo las bolsas corroborando mi primera impresión, a esta gente les importa un rábano que el cliente quede contento. Prefieren cogerte 100 rupias hoy sin importarles que quizás ibas a gastar 2000 durante la semana.

Nico sube al rato. Dice que le ha reconocido que ha perdido los papeles y que fue su culpa no informarme que debía firmar. Aún así insiste en que le pague un día de más. No voy a hacerlo. Con toda la calma del mundo me mudo al hotel de al lado. Es un poco más barato, pero en su defecto tiene más mosquitos y no puedo captar la señal de wifi de Jojo's. El aspecto positivo es que poseo una pequeña terraza casi en exclusividad.

Mi pequeña terraza en el Paragon

Para contrarrestar tanta negatividad, decido que al día siguiente voy a ir con Jerry, un amigo coreano a ver que se cuece en la Mother's House.

Aún no había tenido la ocasión de explicarlo con detalle pero Calcuta está llena de extranjeros que vienen exclusivamente a cooperar en la casa de la Madre Teresa. Es un fenómeno de masas que atrae gente de todas partes. Como no, esta lleno de españoles y también de catalanes. El siguiente grupo más numeroso son los coreanos y después los yanquis. Por lo que se ve, la nacionalidad tiene que ver con la temporada. Tengo que confesar que las únicas personas que he conocido que no tienen nada que ver con eso son Eric, el amigo suizo que ya se fue y Nico. Cada día a las 6:30 de la mañana, los hoteles se vacían y no vuelven a llenarse hasta mediodía, cuando regresan los voluntarios exhaustos por el trabajo y el calor. 
Me levanto a las 6:00 y me doy una ducha mientras espero a Jerry, quien en quince minutos llama a mi puerta. Andamos unos veinte minutos atravesando el barrio musulmán. Al igual que en todas las ciudades que he visitado hasta ahora, es uno de los mejores momentos para pasear. Vemos como los perros se desperezan, los hombres se lavan en las fuentes y las madres preparan y peinan a los niños para ir al colegio. Llegamos a la casa principal recién terminada la misa, justo cuando ofrecen un pequeño refrigerio consistente en dos platanitos, una tostada y un vaso de chai.

Tumba de Teresa de Calcuta


Después de comer hablo con la hermana, con la intención de acudir al mismo centro que Jerry a jugar y hacer gimnasia con los niños. Pido el pase para un día, pero me mandan a otro destino, Prendam. Parece ser que debo acudir al sorteo de la tarde para poder solicitar plaza. Luego la misma hermana se sube a un púlpito y explica las normas para los nuevos. 


Interior de la casa central de la Madre Teresa

 Me junto con Zack, un tejano exiliado en Boston que ha ocupado mi antigua habitación en el Maria. Hace pinta de evangelista, es muy activo, y conoce el funcionamiento de todo a la perfección, como si llevara allí toda la vida. Cogemos un autobús que nos cuesta 4 rupias. Después de veinte minutos de camino atravesamos unos descampados sembrados de chabolas, que recuerdan a los famosos slums del libro de Lapierre.
Por fin llegamos al complejo, que parece un fortín debido a los altos y gruesos muros, secundados por alambrada de espino. Hay un par de guardias en la puerta, pero no parecen muy por la labor. Una vez dentro todo me parece bastante limpio con un olor muy fuerte a desinfectante. 
Está prohibido hacer fotos, así que dejo la cámara en la taquilla. Me cuentan que la organización tiene diferentes casas, la de los niños, la de los leprosos, la de los terminales y me da la sensación que esta debe ser la de los locos. Nos separan a hombres y mujeres, mejor dicho a chicos y chicas, pues la media de edad deber rondar los veinticinco, teniendo en cuenta que quizás seis personas superamos la trentena. Me junto con un chico portugués que conocí en el autobús. Viaja con su novia, los dos son muy simpáticos y aún destilan esa inocencia que les hace tan tiernos y empalagosos a la vez.

Nuestra primera tarea consiste en tender la ropa. Subimos a una terraza dónde encontramos a varias docenas de personas esperando para empezar. Delante de ellos hay un montón de ropa mojada encima de unos plásticos y va llegando más en unos cubos metálicos. Dan la señal  y enseguida me doy cuenta que sobramos la mitad. Hay que hacer cola para coger un triste lunghi y despues de tenderlo volver a esperar. Se convierte en una tarea muy monótona y aburrida y cuando por fin acabamos bajo contento a esperar algo mejor. 
Ahora toca fregar el patio. Algunos cargan cubos llenos de agua y desinfectante que esparcen por doquier. Otros los friegan con las escobillas de bambú tan características de Asia. Otra vez el mismo desazón. Hacerse con un cubo o escobilla resulta prácticamente imposible, debido a la gran cantidad de gente que más de una vez se echan el agua por encima. El chico portugués me pasa un cubo que ya no voy a soltar. Como mínimo tengo claro que es lo que debo hacer. Mientras me dedico a la nueva labor, observo con mayor detenimiento el perfil de los pacientes que hay en el patio.

Sólo hay hombres, las mujeres, que son atendidas por las chicas no tienen permitido salir al patio. Allí hay tullidos de toda clase, cojos, amputados... La gran mayoría esgrimen una mirada perdida, cargada de melancolía. 
Una vez terminamos de limpiar el patio, siento aflorar con mayor ímpetu mis prejuicios. Algunos voluntarios se dedican a masajear los miembros inertes de los pacientes, mientras otros los afeitan. Alguien me comenta que les gusta mucho. Con una rápida ojeada a mi alrededor compruebo el estado y longitud de sus uñas y desisto de tal cometido. El prejuicio se mezcla con un indeterminado sentimiento de egoísmo y contradicción; la mayor parte de ellos podrían afeitarse por sí mismos, ¿Qué ayuda les estoy prestando privándolos de una actividad que a mi entender les proporciona autoestima y confianza? Otra cosa que se me recomienda hacer es sentarme y hablar con ellos. Ilusionado me doy una vuelta más, dispuesto a escuchar y a copsar el punto de vista de estos “pobres” hombres. Desafortunadamente hay pocos que hablen inglés, y ya están ocupados. 
Me pierdo por las habitaciones sin saber muy bien qué hacer, cuando de repente me encuentro un par de chinos que preparan los medicamentos. Me comentan que requieren de alguien que los siga con un cubo de agua potable mientras la hermana les da los medicamentos. Me adjudico esa labor y durante la siguiente hora sigo a la hermana más guapa de todo el complejo con el cubo y los vasos. Ella me va explicando cómo llegaron cada uno de los enfermos, la gran mayoría al borde de la muerte, y cual es su evolución. Le pregunto si a parte de los medicamentos, les dan otras cosas, como vitaminas, sospechando que incluyen algún tipo de calmante que les mantiene idiotizados. Ella muy solícita me comenta que las vitaminas son imprescindibles debido al elevado grado de desnutrición en el que llegan al centro.
Al cabo de un rato llegan tres españoles más que sin saber dónde ubicarse pretenden hacerse con mi trabajo. No hay mal rollo pero la cosa se vuelve un poco molesta. Somos ya cinco personas en procesión, lo cual muy lejos de ser una ventaja se convierte en inconveniente. Aparte me distraen la atención de la hermana.

Cuando terminamos la ronda, me indican que hay un descanso dónde nos dan más chai y galletas. Nos reencontramos con las chicas y demás voluntarios. Saludo a Zack, quien lleno de energía sermonea a un grupo de jóvenes tejanos. El portugués me confirma mis sospechas, está preparándose para el sacerdocio.
Charlando esperamos la hora de comer, que por lo visto será el último servicio que prestemos antes de irnos. Al cabo de una media hora nos llaman. La antesala de las habitaciones está repleta por filas de residentes, todos perfectamente alineados. Los observo una vez más, escruto sus miradas perdidas en la nada, excepto dos o tres que parecen más despiertos, nadie habla ni socializa con el de al lado. 
Muertos en vida. Arrebatados del regazo de Kali, para la gran mayoría de ellos ya no existe lugar en la Ciudad de la alegría.

Al fin llega la hora de pasar los platos. La cadena de voluntarios vuelve a ser escandalosa. Estoy en el último lugar y cuando he repartido cinco platos de comida mi cometido deja de tener sentido. Salgo al patio con el portugués y nos sentamos en las escaleras del pabellón de las chicas. Ellas no son tantas y parecen más atareadas. Repentinamente vemos salir a cuatro o cinco de ellas llorando, lo cual viene a confirmar la noticia que nos habían adelantado antes. Una de las residentes ha fallecido. India en estado puro.

En menos de quince minutos llega su substituta. Una mujer blanca baja a toda prisa de un taxi y se hace con una silla de ruedas mientras dos enfermeras acuden presurosas a ayudarla. Sacan a un espectro del coche. Sabemos que es mujer únicamente porque el coche se paró en su pabellón. La observo cuando gira su cara hacia mi. Quedo completamente conmocionado. Ya nunca podré olvidar esa mirada. Va medio desnuda, con algún pedazo de ropa que no pueden disimular que es un saco de huesos. No tiene un solo músculo en todo el cuerpo. Su rostro ennegrecido es tan sólo un forro de piel y cabello crepado. Parece no tener más de treinta años, pero ya le faltan la mitad de los dientes. La visión es aterradora, recuerda a las imágenes del los campos de concentración nazis. Es difícil de entender que sucedan estas cosas, que se llegue a tales extremos, que el cuerpo humano tenga tanto aguante.  

Todavía afectados, salen las chicas que han terminado su turno. Nos vamos todos juntos hacia la parada del autobús. Ya en el hotel, me ducho y caigo rendido en el catre mientras medito sobre todo lo que he visto antes de dormir. Sin poderlo evitar vienen a mi mente mil maneras de sacar más provecho de todo ese caudal de voluntarios. Podrían montar brigadas que hicieran muebles, pintaran muros o renovaran instalaciones eléctricas... Me doy cuenta que desbordados por la situación, ni las propias hermanas deben saber cómo. 


El tema de la Madre Teresa se ha convertido en un show business en Calcuta, muchos son los que viven casi exclusivamente de los voluntarios, hoteles, restaurantes, taxis... Una especie de parque temático del buen samaritano para un público en auge, que calibra el alcance de su altruismo a cambio de un pedazo de santidad. Nadie, absolutamente nadie va a tocar nada que lo pueda desbaratar.



El milagro de la vida entre tanta miseria
 

jueves, 12 de julio de 2012

El Expreso de Calcuta

Conjura en la estación



Des-espera



Señorita



Pequeña señorita



El descanso del revisor



Visiones desde el tren I


Cruzando el rio Jamuna



Arrozales de Bangladesh I



Arrozales de Bangladesh II


El tercer ojo de Rabindranath



Visiones desde el tren II



Auténticos Ricshaw Wallahs



El encantador de serpientes



Door I



Door II



Windows I



La ventana de Otake



jueves, 5 de julio de 2012

Dhaka girl

Desesperación, esa es la palabra que marca mis últimos días en Dhaka. Después de esperar más de lo prometido para las camisetas, lo que resulta una constante en tierras asiáticas, el tema de la moto parece enrocarse, dando la sensación durante varias jornadas que debo desistir de mi propósito. Para añadir más leña al fuego, el visado me caduca por sorpresa, como suele pasar con estas cosas y cuando me acerco a renovarlo me comunican que justo cierran la oficina y debo esperarme un par de días más. Una vez más he de recordarme a mi mismo que debo tener paciencia e intentar no olvidar que aquí el fin de semana empieza el jueves por la tarde debido a la influencia saudí.

Por otro lado, Ida y Anna han llegado dándome una grata alegría, un reencuentro familiar y relajado que tiene lugar en la piscina del Westin uno de lo hoteles más lujosos de Dhaka. Tomamos Hunter, una cerveza local que resulta ser una mala imitación de la Foster, eso sí, a precio de oro. Discutimos in situ el guión de Dhaka girl, cuyo rodaje comenzará al día siguiente en la ciudad vieja. La historia ha sufrido diversas modificaciones desde su origen y aún no tenemos claro como va a cerrarse todo. De cualquier modo la idea de rodar en las calles nos resulta excitante y espolea nuestra creatividad un poco más allá de lo normal, si es que eso es posible.

Por la mañana, cuando quedamos para trabajar, me comunica un tremendo y casual hallazgo en el buscador de Spotify. Dhaka girl es una canción del grupo VaganzaTrailerpark, una formación de la escena indie sueca. Su música está enraizada en el rock de los 70's con algunas pinceladas de punk que le otorgan un aire salvaje y desenfrenado matizado por influencias del Blues y otros géneros diversos. Su cantante, Jessica ha sido comparada con artistas de la talla de Patti Smith o Janis Joplin, debido a la fuerte personalidad exhibida en los directos.


Al escucharla, lo que venía a ser una historia más introspectiva, de silencios largos y repeticiones de planos cortos, acaba dando un giro tarantiniano al que nos entregamos gustosos, llevados por el ritmo de esta nueva banda sonora. La chica de Dhaka esconderá un terrorífico y espantoso enigma que acabe con todos los hombres que orbitan a su alrededor.


Ida colocando la cámara en el capó del coche


Preparados para el rodaje

Old Dhaka es un conglomerado de gentes, olores y colores muy difícil de definir y más difícil aún de amar para el visitante occidental. Las mercancías viajan apiñadas en cualquier rickshaw, carreta o simplemente sobre la cabeza de uno de los muchos porteadores que atestan sus calles. Cualquier actividad cotidiana se convierte en un sobre esfuerzo: Cuesta caminar, cuesta respirar...
Sobresalimos más de lo que nos gustaría y cuando nos disponemos a grabar la gente se amontona a nuestro alrededor. Nos asaltan con infinitud de preguntas, se fotografían con nosotros y se abalanzan para estrecharnos la mano. Mientras Anna finaliza sus compras pasamos varias horas realizando tomas; calles, pasillos, escaleras... El calor es sofocante y literalmente quedamos empapados de sudor.






Cuando por fin finalizamos estamos exhaustos. La experiencia ha sido impresionante. Regresamos a casa, o lo intentamos, pues nos lleva más de dos horas ir del centro hasta el barrio de Banani, dónde está la guesthouse.




Al día siguiente, nos levantamos sin prisas y vamos todos juntos al Dutch Club. Pasamos una jornada relajada, entre amigos, Diana y David, Celia, Albert... Jugamos unos partidillos de ping pong, disfrutamos de la piscina, todo ello mientras cae una suave y bendita lluvia tropical. 


En la piscina del Dutch

Lord Heineken dijo;


Después de comer volvemos a casa, descansar un poco es lo mejor que podemos hacer antes de una jornada de rodaje nocturna. 
 
Por la tarde recojo a Alice, una amiga bengalí que hará el papel de chica/vampiro. La humedad es tremenda y sudo a mares incluso sentado en el rickshaw. Ya de nuevo en la guesthouse, hacemos las pruebas de vestuario y salimos hacia un restaurante llamado Wasabi, dónde rodaremos las escenas del encuentro. 
La go pro saca tomas interesantes a la luz de los faros de los coches. Improvisamos con lo que tenemos, los bengalís, al igual que sucedió el día anterior en Old Dhaka, se emocionan tremendamente y colaboran en todo lo que pueden.

La chica de Dhaka se dirige al encuentro con el detective

Sin duda alguna va pensando en cómo usarlo para sus planes

Conseguimos de ese modo una linterna y extras dentro y fuera del restaurante. Ida y Anna insisten en cenar allí, en lo que resulta ser uno de los restaurantes más caros de toda la ciudad. La comida es excelente y el servicio muy correcto. Disfrutamos de una esplendida carne y un delicioso pescado regado con un más que aceptable vino, aún siendo viernes. Una vez más dan muestras de su generosidad al invitarnos tanto a Alice como a mi, pues ni mi presupuesto ni mi modus vivendis actual no contemplan esta clase de lujos. Al salir seguimos rodando variantes de la escena final de la película; Los dos no alejamos andando por la carretera hasta que mi personaje descubre, en un momento fatídico para él, que la hermosa chica de Dhaka es un vampiro. Repetimos una y otra vez la acción, hay besos, mordidas y finalmente caemos por el suelo... Enfrascados en el papel no nos damos cuenta que nos rodean cuatro agentes de policía. Alice nos comenta que está prohibido besarse en la calle, lo cual es todavía peor siendo viernes, el día de la plegaria. Los agentes nos preguntan solícitos si todo va bien, y ante nuestra sorpresa se muestran muy comprensivos al decirles que estamos rodando y que no hay ningún problema. Por un momento pensamos que nos habíamos metido en algún embrollo.

Cuando descubra su secreto será demasiado tarde.

La chica de Dhaka se aleja dejando atrás una nueva víctima
 
Estamos muertos, cansados, sudados y por lo que se refiere a mi, tengo arena hasta en la boca. Damos la sesión por terminada hacia las doce y media de la noche y nos retiramos a descansar. Mañana será otro día, y antes de empezar debo hacer muchas cosas... De algún modo no puedo dejar de pensar en Roxana y en mi inminente partida hacia Calcuta.

Epílogo. De la espiritualidad dentro de la burocracia.

Llegados a estas alturas, parece no haber solución posible para mi amada moto, al menos así me lo dejan ver todas y cada una de las personas que he podido consultar desde aquí. El único resquicio legal sería conseguir un carnet ATA, que expiden las cámaras de comercio de los países socios y que sirve para mover bienes personales de un lugar a otro de manera provisional. Llamé hace un par de días a la Cambra de Comerç de Barcelona, dónde me atendieron de manera solícita. Necesito el titular de una empresa o compañía de la provincia para realizar tal gestión, y ahí parece esfumarse de nuevo mi renovada esperanza. 
Intento recordarme a mi mismo los aprendizajes realizados durante etapas anteriores de la vida; Para conseguir hay que pedir, sin humillarse y también sin miedo o reacciones adversas ante las negativas. Sé muy bien que cada persona tiene sus propios problemas, que cada cual anda atareado en sus propios entresijos vitales, pero decido empezar una campaña de mailing a todos los conocidos que reúnan las características apropiadas. “Pide y te será concedido”, intento recordar ante cada una de las negativas, que lejos de hundirme me espolean para acabar demostrándome a mi mismo y a los demás que en este mundo todavía hay gente decidida a correr riesgos por los sueños ajenos. Acercarse a ellos que no deja de ser de algún modo una manera de andar hacia a los propios.