lunes, 25 de junio de 2012

Las 1001 Dhakas



En los camerinos, esperando para salir al plató


Dime Shahrazād, ¿Qué ves en mis ojos?


Luces, cámara, ¡Acción!


Oscar, Sonsoles y Coque




Una muestra del arte urbano que decora los Rickshaws


¿Un medicamento?


Cestería


Reciclaje de ladrillos en la obra


The wall


Zigurat


Por fin llega la lluvia


Abbs en su pequeño tenderete de chai


Banani bridge I

Banani bridge II


El contador de historias





lunes, 18 de junio de 2012

Novela, dardos y pasarela

Dhaka se levanta y se acuesta cada día con el canto del almuecín, cuyo grito se alarga encontrando su eco en todas las mezquitas de la ciudad. Por un momento, la grabación se impone al sonido de silbatos y bocinas, incluso al de las radiales de los nuevos edificios en construcción que proliferan por todas partes como setas. Es para mi un momento de especial intensidad espiritual, pese a no ser musulmán, que intento disfrutar cada vez que me resulta posible. Desde la azotea del edificio de Óscar contemplo la caída del sol envuelto por la hermosa sinfonía que llama a lo fieles a la oración, dejando volar la imaginación hasta los tiempos remotos en que Islam era sinónimo de tolerancia, de sensualidad y también de respeto y civilización.

La vida en Dhaka no ofrece demasiados alicientes para los que estamos acostumbrados a otras latitudes. Aquí no hay demasiado por hacer excepto si uno trabaja. La gran mayoría de gente que he conocido tienen alguna relación con el mundo del textil. Otros, los menos trabajan para ONG's intentado aportar su granito de arena al desarrollo de un país que crece a un ritmo alarmante, tanto como sus desigualdades sociales. Una vez terminada la jornada laboral, los europeos se reúnen en clubes de blanquitos, con nombres tan originales como su nacionalidad. Allí es posible tomar una cerveza, aunque cuesten la friolera de 3 euros, degustar la cocina local y por supuesto la occidental. La mayoría de ellos tienen piscina, pista de tenis y un pequeño gimnasio, dónde hacer un poco de deporte que nunca viene mal. Hasta la fecha he visitado el Bagha Club, que es inglés, el American Club, El Dutch Club y el Nordic Club. Constato que otra afición muy extendida aquí es el tema de los dardos y aunque no tenga ni idea paso grandes momentos jugando con mis nuevos compañeros. Huelga decir, que aunque estas organizaciones son la única manera de tener cierta vida social después del trabajo, no pueden evitar cierto tufo clasista con reminiscencias de la época colonial. La entrada es imposible si uno no es invitado por alguno de los socios de pleno derecho y por lo que me han comentado existen incluso listas de espera, en las que uno paga su cuota con los derechos recortados a la espera de que alguien cause baja. 

Intentando comprender la cámara de Óscar

David y Lorena en el Nordic Club

Ilustrísimo doctorando Javier Longobardo y nuestro amigo Gary
 
Otra cosa que uno puede hacer es ser invitado por amigos Bangladesís de alto standing a fumar shisha en el lounge de algún hotel de cinco estrellas. Allí conversan de sus cosas mientras en la televisión pasan algún campeonato de cricket, el deporte nacional del país. Evidentemente todos son hombres y las pocas mujeres que aparecen van convenientemente cubiertas y acompañadas. 

Sumon bai relajandose en su despacho
 Caminar, pasear por la calle no es una opción cuando cae la noche. Incluso aquí, en uno de los barrios más lujosos de la capital, resulta poco recomendable. Aunque personalmente he desafiado en un par de ocasiones dicha recomendación, el trayecto, lejos de ser relajante se convierte en motivo de tensión. Son muchas las historias que circulan sobre atracos y abusos, no sólo a occidentales sino también entre los naturales del país.

Por todos estos motivos, la espera en Dhaka se me hace larga, aunque productiva. Mientras espero las pruebas del encargo de las camisetas me dedico a otros menesteres que no dejan de dar sus frutos debido al largo número de horas que les estoy dedicando; 
El blog ya funciona por si solo, creando nuevas expectativas de crecimiento y difusión.
Mi tan peleado libro de relatos cortos parece ser que va encontrando un digno final, capaz de complacer a sus futuros lectores y también a su creador.
Ha surgido la oportunidad de colaborar en la elaboración de un guión ambientado en la ciudad, pero por encima de todo, lo más divertido y extraordinario ha sido la participación en la grabación de un anuncio para la televisión bengalí.

Todo empezó como quien no quiere la cosa. Mi amigo Shams, el colega de Sumon que le acompañó a recibirme en el aeropuerto colgó un anuncio en facebook requiriendo colaboradores para la campaña. Yo contesté sin más, tarde y sin pensar en tener ninguna oportunidad. Cual fue mi sorpresa al recibir su llamada al día siguiente. En menos de una hora quería que conociera a su jefe, el productor del anuncio, a quien Shams me presentó como uno de los productores más activos de todo el país. Sin saber muy bien que decir les conté mi corta experiencia como ayudante de producción y de arte en Barcelona, pero ellos parecían interesados en otra cosa. El productor me preguntó si alguna vez había hecho de modelo, a lo cual yo respondí que había trabajado posando para algunas escuelas de dibujo. Su siguiente pregunta fue si me atrevería a andar por la pasarela. Yo que aún no me lo podía creer le dije que si, que no le garantizaba nada pero que me gustaría probarlo. Acto seguido me hicieron levantarme y me miraron de arriba a abajo como si fuera un caballo en la feria de ganado y empezaron a especular sobre las vestimentas y los colores que debería llevar. Olvidando por un momento la posible remuneración, me predispongo a vivir una nueva aventura que alivie un poco mi tedio en la capital.

El día escogido para el rodaje es el domingo, que aquí viene a ser como un lunes. En principio me habían dicho que debía estar a las 9 de la mañana en el estudio donde realicé la entrevista pero a última hora me comentan que será al mediodía. Me acuesto relajado, pensando que por la mañana tendré tiempo de afeitarme tranquilamente. El calor sofocante de la noche no me deja dormir y mi barriga amenaza con rebelarse ante la última comida bengalí que tomé en el restaurante de la esquina. Debido a todo ello me levanto tarde, aunque con tiempo de sobras. Al chequear el correo veo que tengo dos mensajes de Shams y uno de Sumon. Al parecer han avanzado el rodaje y es en otro estudio bastante más alejado. Salgo a la calle y agarro un CNG, que es cómo llaman aquí a los rickshaws motorizados y después de más de una hora entre el denso y aplastante calor, llego por fin a la puerta de los estudios. 

Enjaulado en el CNG

Allí me espera Shams que me conduce rápidamente a la prueba de vestuario. Después de enseñarles la ropa que he traído los estilistas deciden que no se adapta a sus necesidades y me enfundan unos horrorosos y estrechos pantalones de terciopelo que no consigo abrocharme. Según ellos no importa demasiado pues la guerrera me llega a medio muslo. Después me preguntan si he tengo algún pañuelo o turbante para la cabeza a lo que respondo afirmativamente. El color les gusta pero tampoco lo consideran adecuado con lo cual deciden armarme uno con una tela muy bonita según ellos. Dicho turbante huele a perro muerto, aunque nuevo debería estar guardado en un sitio con mucha humedad.

Tras la aprobación del director puedo relajarme y me dedico a conocer a los compañeros. Además de Shams, que resulta ser un reputado modelo, se encuentran entre los escogidos Mr. Bangladesh del año pasado, una auténtica montaña de músculos y una de las modelos más cotizadas del país. Completan el grupo otros dos cachas, una bailarina y actriz especializada en danza tradicional y una hermosa y joven promesa de la pasarela. Mirándoles a ellos no sé que demonios hago aquí pero todos parecen muy contentos y se dedican a hacerse fotos conmigo. Así me entero que vamos a anunciar una famosa marca de henna, el pigmento que usan las mujeres para decorar su cuerpo.

Después de una larga y tediosa espera en la que aprovechamos para comer y pasar por maquillaje, por fin salimos al plató. Son casi las siete de la tarde y la  temperatura sigue siendo infernal.

Shams y Jesse Yamuna supermodels
 
En el camerino con la modelo Benzir Ishrat

FDC studios en Bangladesh
Una vez allí me asignan de pareja de la supermodel, con lo cual me toca la peor papeleta. Debo desfilar hasta el final del plató y luego posar mirando hacia cámara. Afortunadamente la chica me va dando todas las indicaciones y pronto me suelto como si se tratara de un juego. Así andamos hasta la saciedad, en una y en otra dirección, más aprisa y más despacio, hasta que por fin a la nueve de la noche dan nuestro trabajo por finalizado. Shams y la supermodel deben quedarse, pues ellos van a rodar las siguientes escenas del espot. Me saco esa ropa de encima lo más rápido que puedo y después de dar las gracias a todo el mundo y despedirme de mis nuevos compañeros salgo pitando en busca de un CNG que me lleve a casa. Después de siete horas en los estudios sólo me apetecé tomarme una cerveza y disfrutar con mis amigos de la recién inaugurada eurocopa. La experiencia ha sido gratificante pero estoy agotado. Ahora sé con conocimiento de causa cuanto sufren los modelos.

viernes, 8 de junio de 2012

Frenesí Bengalí


Bangladesh me recibe con un halo de calor que me abraza infatigablemente, como una Diosa madre ansiosa por recibir al hijo pródigo. En el Aeropuerto me espera Sumon, un amigo de Ida y Anna, que ha venido a recogerme con Shams, un colega suyo. En realidad no soy consciente aún de cuanto debo agradecérselo, pero diez minutos en el coche bastarán para darme cuenta.

Dhaka es una verdadera locura en la que se conjugan edificios modernos con barracas, coches lujosos, autobuses desvencijados e incluso algunos animales. Pero por encima de todos sobresalen los rickshaws a pedales. Inmediatamente vienen a mi mente imágenes de la Calcuta tan bien retratada por Dominique Lapierre. Estos escuálidos hombrecillos tiran de sus carros con afán, llevando a generosas matronas y a sus opulentos maridos por la cuarta parte de un euro.
Quedo fascinado por el país y su gente, por su estirpe bengalí...
Antaño fue esta una tierra colmada de riquezas, capital de reinos épicos que dominaron sobre gran parte del subcontinente indio. La antigua provincia de Bengala, experimentó en sus carnes los males del colonialismo británico. Ofuscados por la productividad de las tierras de labranza, los europeos redujeron la selva y los hábitats naturales, condenando a muchas de sus especies a la desaparición. La región se volvió más sensibles a los rigores climáticos, propiciando ya en el siglo XX y en plena explosión demográfica, la aparición de devastadoras hambrunas. En el año 47, Bengala volvió a sufrir como ninguna el drama de la partición. Dividida en dos, la parte oriental quedó integrada en el nuevo Pakistán, país en el que nunca consiguieron encajar. A esto le sucedió una dramática guerra por independencia, que tuvo devastadoras consecuencias para sus gentes.

Esto es Bangladesh, un país de mayoría musulmana y étnicamente indio. En el que la diferencia entre ricos y pobres es completamente exagerada. Dónde no hay turistas, y casi todos los occidentales que se dejan ver por sus calles trabajan para empresas del sector textil y su exportación.

Mi primera noche transcurre en el hotel que me encontró Sumon, el más económico de la ciudad. El precio es escandaloso para la habitación. Ni más ni menos que ¡50 dólares americanos! Cómo acabo de llegar de Tailandia no puedo evitar pensar que allí no costaría más de 400 baths, unos 8 euros por noche.

Al día siguiente me pongo en contacto con Oscar, otro amigo de Ida y Anna que va a alojarme durante mi estancia aquí. Trabaja montando una fábrica de sofás. Descubro en él a un tipo estupendo al que le interesa todo tipo de arte. 
Subo al coche creyendo que se trata de un taxi y me llevo mi primera sorpresa. La empresa le ha asignado un Toyota con chófer privado. Pronto descubriré que en Dhaka es una costumbre habitual. Salgo disparado del hotel, como si fuera un marqués y en el ímpetu dejo olvidada la cámara fotográfica que tan buen servicio me había prestado hasta entonces.
Ignorando mi perdida recibo una primera impresión diurna de la ciudad; Ruido y más ruido. Aquí como en la India, todo el mundo va tocando el claxon continuamente, como si ello sirviera para aligerar el congestionado tráfico. Las calles están llenas de polvo, los semáforos escasean tanto o más que los turistas. 


Cuando por fin paramos en uno, tullidos de toda clase se acercan a demandar limosna pegándose a los cristales del coche, de manera tan exagerada que uno se siente como en el interior de una pecera. Durante el trayecto varios niños harán lo mismo, propiciando que alguna cosa se desgaje en mi interior. Sin embargo, sigo fiel a mi promesa de no dar dinero salvo en casos realmente escandalosos. En primer lugar, mi economía es realmente precaria a estas alturas y en segundo tengo mis dudas sobre lo que significa una ayuda real para estas personas. En el caso de los niños lo que más me duele es constatar la perdida de su inocencia, así que durante el resto del camino medito como puedo hacer algo por ellos sin acceder a darles dinero. 


Llegamos a casa de Oscar, un edificio que parece un hotel, con porteros y guardas circundando su entrada. Me cuenta que el vive en un apartamento del cuarto piso. Éste no tiene nada que envidiar a cualquier vivienda europea; tres habitaciones, tres baños, aire acondicionado. También dispone de un cocinero que ademas le hace la limpieza de la casa. Evidentemente la mayor parte de esos “lujos” corren a cuenta de la empresa que le contrato en España y puedo atestiguar que sin duda se hace merecedor de ellos trabajando casi once horas diarias. 

Como se ha mudado recientemente, tan sólo tiene una cama, así que por la tarde Sumon me acompañará a comprar un colchón. Comemos un fantástico dhal y cuando regresa al trabajo, descanso un rato antes de que me recojan.
Son las cinco en punto cuando mi amigo bengalí llama a la puerta. Fumamos un cigarrillo mientras le muestro los diseños de las camisetas y acordamos los cambios que debo realizar con el photoshop. Parece que nos entendemos rápidamente y que no va a haber ningún problema.

Al bajar a la calle, cojo mi primer rickshaw. La experiencia no tiene nada que ver con los Tuk-Tuks tailandeses ni tampoco con los rickshaws motorizados indios. 


Rickshaws esperando para recoger a sus clientes

La cola es larga y algunos se impacientan

 Aquí el asiento es realmente pequeño, y aunque Sumon no es muy grande, vamos justos de espacio. El conductor se maneja con habilidad, sorteando baches y otros vehículos, aunque muchas de las veces parece que vayamos a chocar nunca llega el fatal desenlace. Sobrevivo a la experiencia y una vez llegados a Gulshan 2 nos adentramos en un mercado de dos plantas en el que venden de todo. Después de visitar varias tiendas especializadas, decido comprar un trozo de espuma de alta densidad con funda de algodón y almohada, todo por unos treinta y cuatro dolares. Los precios de los colchones son casi tan elevados como en Europa, sorprendiéndome una vez más.

En el mercado de Gulshan 2

Volvemos a casa a dejar el colchón. Me consuelo pensando que por lo menos ahora vamos parapetados por la espuma. Una vez allí, Sumon me pide que le acompañe a otro mercado a comprar un sari para su tía. Volvemos a montar en rickshaw, a lo que ya me voy acostumbrando.

La tienda de saris tiene unos telas preciosas de precios exorbitantes. Me cuentan que son tejidos tradicionales bengalís, con hilos de oro y plata.
Al salir vamos a su casa, donde conozco a su hermana y a parte de su familia. Son gente hospitalaria que siempre tienen una sonrisa en la cara. Después nos recoge un empresario amigo suyo, Shaquill, que se dedica a los negocios inmobiliarios. Recogemos a Oscar y nos invitan a cenar al Regency, un hotel de cinco estrellas donde tomamos cerveza y fumamos shisha sin parar. Me gusta especialmente la de uva y menta. La cena tendrá lugar en el restaurante del hotel, con un inmenso bufete donde degustamos gran cantidad de platos tradicionales y occidentales.  
Al terminar subimos a la terraza, descubriendo allí una piscina y un bar en el que sirven cócteles. Nos sentamos en el sitio más elevado y Shaquill pide más cerveza y shisha. Desde allí puedo contemplar la ciudad en todo su esplendor, sus ruidos, sus luces, sus tremendos atascos... Sus altos edificios, que poco a poco van ganando la partida a las casas bajas y a las chabolas...
Es un espectáculo apasionante ante el cual me entrego con la curiosidad del recién llegado. Sin tratar de juzgar ni tampoco justificar los contrastes, observando los detalles que poco a poco van desgranándose ante mis ojos. Esto es queridos amigos, la gran Dhaka...